
El Dilema de la Innovación Universitaria
Desde las escuelas de negocios y el nuevo conservadurismo norteamericano se vaticina el fin de la educación universitaria tal y como la conocemos. Talludos gurús como Christensen y jóvenes pensadores como Nathan Harden nos apuntan futuras rupturas de modelo o estallidos de la “burbuja universitaria”. La innovación alternativa pasaría por la enseñanza on line, Internet 3.0, o los MOOCs (acrónimo anglosajón éste muy apropiado para todo tipo de chanzas).
Cuando la reflexión se plantea sin los prejuicios propios de un pensamiento basado en las lógicas del mercado, introduciendo consideraciones éticas y humanísticas, se llega a resultados bien distintos, matizados y seguramente (por la incorporación de los sentimientos de las personas) más ajustados a la realidad. La enseñanza universitaria cambiará en la sociedad del conocimiento – nos dice Gardner – pero no a costa de perder la necesaria conexión directa entre docentes y discentes.
Ahora bien, no perdamos de vista la verosimilitud de las profecías autocumplidas cuando se formulan desde los nuevos centros de creación de opinión de las élites con sesgo economicista. Ya se atisban en los discursos de responsables públicos y privados, así como en recientes informes sobre reformas universitarias tales mensajes. Ausentes las propias reflexiones, bajar de Internet los primeros resultados en inglés es una opción socorrida, más si justifica las políticas del momento.
Basta con decir: “no pienses en un elefante” para que el paquidermo aparezca en nuestra cabeza. Es suficiente con mentar el fin de la Universidad para que cientos de acólitos comiencen a replicar estas ideas por los foros, redes sociales y (lo que es peor) despachos de los asesores, ministros y consejeros ávidos de emplear la tijera para reducir los costes de la educación superior. Cui bono (¿Quién gana?), se preguntaba siempre Cicerón. Las Universidades privadas, obviamente.
En España: ¿Dónde trabajan los mejores investigadores? En las Universidades públicas. ¿Cuáles son nuestros mejores centros? Los públicos. ¿Dónde se garantiza la igualdad de oportunidades no discriminando por razón de ingresos? En el sistema público. ¿Dónde no existe ningún incentivo perverso para reducir drásticamente el nivel de exigencia en la formación de los profesionales? En las facultades públicas. ¿Dónde se garantiza más la objetividad por el régimen del profesorado?
Dicho esto, ¿Cuándo ha progresado la Universidad – la sociedad misma – sin molestas alteraciones del orden establecido? ¿Puede mejorar algo si no se ve sujeto a presiones del entorno propiciando su adaptación exitosa? Bienvenidos sean los mensajes sobre innovación perturbadora, porque nos obligan a contestarlos reivindicando las capacidades (que son muchas) de nuestras instituciones de educación superior. Aprovechemos este contexto para legitimarnos.